viernes, 16 de septiembre de 2011

Coyoacán

Se visten de colores sus calles, se adorna con árboles y con la hermosa Iglesia donde nace la fe…
Sentada frente a los coyotes desfilan muchas sonrisas, desfila mucha vida… el chico de ojos verdes intenta sentirse libre en su rueda y, el malabarista que a decir verdad está un poco despeinado, intenta ganarse las miradas que no obtiene porque el hippie guapo que ríe a carcajadas gana de las féminas todos los ojos; y de pronto se saludaban ellos con el Hare Krishna mientras la rusa que vestida de mexicana seguía siendo extranjera aprendía lecturas acerca de los Ángeles, Marco nos llenó de luz.
La juventud comiéndose a besos, esos ricos besos que se han posado sobre mis labios de vez en vez; con el cabello suelto comiendo los churros de cajeta al ritmo del reggae del trió jovial que sentados a mi lado parecían tan diferentes y en su música tan iguales, descubrí el olor a incienso del anciano que bendecía todos los pasos.

Mientras la joven oaxaqueña comercializaba su chocolate; y el vendía su artesanía [increíbles pulseras de chaquira]; los de traje comían tostadas en el puesto amarillo, y en la casa blanca se escuchaban los tambores, me asomé y había fiesta ahí, las féminas movían sus caderas, esas caderas que en el vaivén eran sexis; tan sexy como Artemisa, y quizá más.
Coyoacán está vivo, y, yo, con los labios carmesí sonrío entre sus multitudes.

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